lunes, 15 de febrero de 2010

Día 354

Estos días me pasó algo muy interesante. Me quisieron asaltar. Dos hombres, uno de ellos armados, apuntándome y diciéndome:
- Bajáte del carro, pedazo de m..., hija de la gran p..., bajate pues m...

Y el otro:
- Sí bajate, mirá que yo lo estoy calmando pero no empeorés las cosas.

¡Madre! dije yo dentro de mí, con nauseas a morir. Era la primera vez que me pasaba algo así, y para colmo, primera vez y con arma sobre mí. Bueno, para hacerles corta la historia, se tranquilizaron pues un señor que salió de la nada, los tranquilizó e hizo que guardaran el arma. (Ese señor, definitivamente enviado por Dios, pero ése no es el punto de ahora jeje, aunque igual estoy re agradecida)

En fin, no le conté a mis papás por que sabía como se iban a poner, con lo poco que me dejan salir y ahora sabiendo ésto jajaja... ¡¡NOOO!! y además, honestamente, saber ni qué locuras se les pasará por la mente por haberme anezado a mí, a su hija; y además mi papá lleva días peleando conmigo. Ahhh otra cosa, quiero ser ya madura y enfrontar mis cosas sola, así ya no me dice mi papá que lo busco sólo cuando lo necesito.

Como 15 días después, mi papá se entera. Me pregunta: ¿Cómo no me contaste? algo te pudo haber pasado... bla bla bla. (Ya se imaginarán). A lo cual respondo, casi a punto de llorar: Estabas peleando conmigo, esos días casi ni me hablabas.

Mi papá responde después de un pequeño silencio: sos mi hija, y el que estemos peleando o yo no te hable, no quiere decir que voy a dejar que alguien te haga algo. No puedo creer no me hayás contado. Soy tu padre por alguna razón, es mi deber cuidarte y protegerte. Estoy aquí para eso.

¡¡Wow!! Lo dijo con tanta convicción (tanta que ahora que escribo esto, quebranta mi corazón), y sé que destrocé su corazón cuando le dije la razón por la cual no le conté. Y todo esto sólo confirma una cosa.

La mayoría de veces hacemos lo mismo con Dios. Están atentando con nuestra vida, nuestra alma, nuestro corazón. Pero nos la llevamos de orgullosos, no corremos a Él, Él no es nuestro primer refugio al cual corremos. Sí, puede ser que creamos que Él esté enojado con nosotros, que sólo lo busquemos cuando lo necesitemos, que querremos hacer las cosas solos. Pero no podemos.

Claro que tenemos que correr hacia Él. Si no es a Él, ¿a quién más pues? ¿quién más puede librar nuestra alma y restaurar nuestro corazón hecho pedazos? ¿quién más nos abrazará cuando lloremos de temor?

Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor. Romanos 8:38,39.

No hay comentarios: